Si frecuentas LinkedIn habrás visto esas publicaciones ya recurrentes en las que alguien, tras muchos años en una empresa, se ha visto en la calle, y ahora nadie le quiere contratar.
La culpa, como siempre, es de los malvados empresarios, que prefieren a gente joven barata y explotable.
Gilipolleces.
Todo el mundo quiere valor, los empresarios los que más. Cualquier cosa que produzca un retorno positivo, es decir, más ingresos que costes, no durará disponible en el mercado ni cinco minutos.
Lo que pasa es que solo hay dos formas de obtener un retorno positivo de una inversión:
– Que el coste que supone sea muy bajo
– Que el ingreso que produce sea muy alto
Esto tiene un problema. El coste de algo o de alguien es seguro, mientras que el ingreso es potencial, una promesa.
Por tanto, salvo que dicho ingreso sea muy elevado y muy factible, el empresario (o el cliente, que me da lo mismo), en su deber de minimizar riesgo, se decantará por la opción de coste muy bajo.
Esto se solucionaría si existiera alguna manera de medir, objetivamente, el valor futuro de una persona.
¿Es eso posible? ¿Existe esa manera? Te lo resumo muy cortito: no.
Primero, porque el mundo ha llegado a tal punto de complejidad y especialización que en la inmensa mayoría de los casos es imposible juzgar objetivamente la valía de alguien.
Segundo, porque aunque se pudiera, no existe nadie con el tiempo ni las ganas de hacerlo.
Como me decía otro cliente: «Si tengo que contratar a un ingeniero, y se presentan dos que son parecidos, ¿sabes a cuál elijo? Elijo al que lleve un Rolex.»
De lo que hablamos aquí no es de calidad, olvídate de eso. El nombre del juego es «calidad percibida». Ser bueno no es suficiente, también hay que parecerlo.
Un buen paso hacia eso, es apuntarte a newsletter, donde cada día envío consejos de venta que no encontrarás en otra parte. Día que no estás dentro, consejo que te pierdes.