Si esto se supiera más, pocos querrían ser funcionarios.

Durante la Segunda Guerra Mundial, unos psicólogos que estudiaban la salud mental de los soldados descubrieron una situación extraña.

Resulta que tras 60 días se producía un punto de inflexión en los soldados de infantería. Morían emocionalmente, no podían más.

Su nivel de ansiedad y depresión se disparaba.

Eso no es lo extraño.

Lo extraño es que el 93 % de los miembros de la fuerza aérea, donde los soldados morían en un porcentaje mucho mayor, seguían sintiéndose razonablemente felices pasados esos mismos 60 días.

Tras varias hipóteis y experimentos los psicólogos dieron con el motivo:

Los pilotos tenían en su mano el acelerador. Decidían cómo moverse.

En cierta medida determinaban su futuro, mientras que los miembros de infantería vivían expuestos a que en cualquier momento ocurriera algo indeseable fuera de su control.

Atiende.

El control produce calma. La falta de control produce infelicidad.

Por eso la gente tiene más miedo a ir en avión que a conducir, pese a que para cuando llegas al aeropuerto ya has superado la parte más peligrosa del viaje.

Y conducir bien, pero si vives en una ciudad grande sabes que prefieres una hora y media de trayecto con tráfico fluido que cruzar un atasco de 30 minutos.

Falta de control.

La inmensa mayoría de las cosas no las puedes controlar, así que mejor si no te obesionas por ellas.

Pero hay otras que sí.

Una, en concreto, que me atrevo a decir que aumenta el nivel de satisfacción con tu trabajo más que cualquier otra.

Ser capaz de controlar las conversaciones y relaciones con los clientes. Que vayan a donde tú quieras y por el camino que tú decidas.

Te digo una cosa más.

Lo mismo que los vendedores tenemos nuestras técnicas, lo compradores tienen las suyas.

Pero para ellos comprar es un evento puntual, y para ti, tu día a día.


Qué mejor inversión que en algo que te va a dar el control sobre aquello que haces durante la mitad del tiempo que pasas despierto.

Tengo un newsletter.

Un newsletter en el que enseño cómo agarrar la mano del cliente conforme entra de la puerta, y llevarle al otro lado de la calle sin que rechiste, sin que ponga pegas, sin que llore.

Y que cuando llegue te dé las gracias, un beso en la mejilla y un abrazo.

Dirige o sé dirigido. Tú eliges, si es lo primero: