Una niña está jugando en su habitación cuando oye que su madre le llama desde la cocina.
La niña se levanta y cruza corriendo el pasillo. Al pasar por delante del cuarto de baño, una mano le agarra y le arrastra hacia adentro.
Es su madre, que le susurra: «No vayas, yo también lo he oído.»
Esa historia no es mía y su autor es desconocido. Yo simplemente soy un buen arqueólogo de internet. Pero esas 56 palabras tienen mucho poder.
¿Porque te ponen de punta los pelos da la nuca? En parte, pero ni siquiera ese es el motivo principal. De hecho, la historia es lo de menos. Podía haber contado cualquier otra cosa, como hago cada día.
El motivo principal por el que esas 56 palabras tienen tanto poder es porque las has leído.
Si esto último no hubiera ocurrido, si no hubieras leído esas 56 palabras, ya podían contar la mejor historia del mundo, que no servirían de nada.
Como ves, la historia solo ha sido una excusa para recontactar contigo.
Me ha llevado 40 minutos localizarla, escribir el resto del email y enviártela.
A ti y a otras 15.000 personas, espero que eso no te haga sentir menos especial, pero te lo tenía que contar. Es necesario para que entiendas que ahí está el principal poder de las historias.
¿Qué otra herramienta te permite recordarle tu existencia a todos tus clientes potenciales, todos los días?
Solo las historias.
Cuando son compartidas. Así que comparte.
Algo personal.
Algo que divierta.
Algo que haga llorar.
Algo que revuelva las tripas.
Algo que moleste, que me agite o que, directamenete, cabree.
Algo que produzca urticaria.
O algo que ponga los pelos de punta.
Con que no cuentes tus títulos académicos, digas que eres líder del sector o enseñes ejemplos de proyectos, vas bien.
Y cuando te pongas con ello, que entonces no te dé miedo decir lo que vendes.
¿Que no tienes a quién contársela? No te preocupes, te tengo cubierto, te apuntas abajo: