Saber vender sí es para tanto

Te explico cómo funciona esta vaina.

Naces y no te preguntas por qué existes si antes no existías. Simplemente tiras palante hasta los 18, 16, 24 o 30, que te metes en una oficina.

Desde ese día pasas la mitad del tiempo que estás despierto más desplazamientos y aparcamiento, moviendo papeles.

Y haciendo powerpoints y hojas de cálculo.

Cuando las ganas de dar la vuelta al mundo ya han desaparecido por completo, entonces ya no hace falta que vuelvas.

Tienes entre 5 y 7 años con una salud razonable y otros 10 con una salud deplorable para disfrutar del tiempo libre.

Después se acaba la función.

Y puedo ser un idiota que no sabe nada, pero te diré algo de lo que estoy seguro. El día que se apagan las luces nadie piensa, «Joder, menos mal que no me salté ni un plazo de la hipoteca.»

No sé lo que piensan, pero estoy seguro de que eso no es.


Pero esa vida solo es así si eres un valiente. Por eso yo me he librado, por cobarde.

Soy tan terriblemente cobarde que pienso en la historia que te acabo de contar entre tres y quince veces al día.

No es broma, de verdad que lo hago.

No lo hago a propósito, al revés, es una tortura. Me produce tanta ansiedad que me limita. Me impide hacer cosas que la mayoría de las personas hacen sin problema.

Por ejemplo, me impide aguantar a un jefe al que le gustan los powerpoints.

Y hablar con un cliente que no tiene dinero o con otro que me quiere pagar a 30 días.

Este miedo también me ha impedido enfrentarme a esas entrevistas de trabajo en las que te pregutan cuáles son tus tres mayores virtudes y tus tres peores defectos, dónde te ves dentro de 5 años y que si fueras un animal, qué animal serías.

Siento terror.

Terror te digo.

Un pánico tan grande que nunca he podido pensar en cuánto me quedará de finiquito ni de pensión, si me puedo meter en una hipoteca o que pasará si se me rompe el coche.

Simplemente no puedo.

Así que no me quedaban muchas alternativas para ganarme la vida.

Tener una única opción en la vida tiene algo bueno y es que no te queda otro remedio que encontrarla.

Aunque eso me haya llevado más tiempo del que me atreveré a admitir.

Atiende.

No te estoy diciendo que dejes tu trabajo.

Lo mismo tu trabajo te encanta.

O te horripila la idea de pasar años sin saber qué va a ser de ti tanto como me horripila a mí saber exactamente dónde voy a estar.

Eso lo entiendo.

Lo que te estoy diciendo, independientemente de lo que hagas, es que aprendas ventas.

Que te centres en eso y no te distraigas con otras cosas.

Porque cuando sabes ventas, me refiero a saber de verdad, el director de la función eres tú.

Eso es lo que te quería contar hoy.

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