Vender es cuestión de ser pesado.
De convencer, de manipular, de extraer el dinero de la gente.
En contra de su voluntad, por supuesto, sino no vale.
Eso es lo que hacemos los vendedores, hacernos con el dinero de los demás. Sin trabajar, claro.
Lanzando hechizos que hacen que los demás nos tiren su sucio dinero a la cara.
Raro es el día que no cerramos al menos el 50 % de las oportunidades que se nos presentan. Que son todas las que queremos, obviously.
De clientes amables y elocuentes, que saben lo que quieren y no marean.
Ni uno cotillea.
O necesita amigos.
O está viendo si les regalas algo.
Ni intenta formarse a tu costa.
Ni usar lo que le cuentas con la competencia.
Llegan, piden presupuesto, les propones una cuantía estúpidamente alta, aceptan y te pagan en el momento.
Maldito el capitalismo y malditos sus secuaces los vendedores.
Al menos esta es la opinión que la mayoría de vendedores tienen de su trabajo.
Está claro. Lo demuestran cuando no le paran los pies a nadie.
Cuando atienden a todo el mundo.
Cuando, en lugar de leer las señales que les emiten los clientes, toman sus mensajes de manera literal y actúan como un soldado.
¿Quiere usté videollamada? Videollamada.
¿Reunión? Reunión.
¿Qué me desplace? Me desplazo.
¿Pisar moqueta? Pisar y chupar moqueta, no me diga que no es mejó así.
¿Dossier, portfolio, demo, ejemplos, presupuesto, propuesta, nueva propuesta, pago a 30 días? Señó, sí señó.
¿Que se lo pensará dice? ¡Quedo a su disposición para volver a hablar cuando lo desee!
Solo escribirlo me agota.
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