Un día leí que George Clooney gastaba una pasta en peluquería, y que cuidar esos detalles es lo mínimo que hace la gente decente, así que empecé a ir a un sitio pijo.
No noté cambio, pero ya sabes, el diablo se esconde en los detalles.
Un día ví al bueno de Jorge explicando cómo se cortaba el pelo él mismo (lo conté hace tiempo en otro email). En ese momento se me quitó la tontería, las ganas de conducir veinte minutos y probé con unos marroquís que hay a unos metros de mi casa.
Ni masacarilla, ni lavado, ni secador. Entras y 15 minutos, fuera. Mejor experiencia de mi vida.
El otro día fui y estaban de reformas.
Espero que no quiten la tele de tubo colgada del techo donde emiten telenovelas turcas en bucle. Eso acabaría con el climax del lugar.
En cualquier caso, las greñas eran grandes y fui a otro sitio. El primero que encontré, uno bastante elegante.
Tijeras, peine, lavado… ¿Cómo quieres esto?… Demasiados lujos para lo que me tiene acostumbrado Ahmed.
Así que tenía claro que eso era temporal.
Eso fue antes de descubrir que había guinda.
Las guindas son son elementos sorpresa que fidelizan. Por ejemplo:
– Conozco una farmacia que regala caramelos a los ancianos. Otra farmacia al otro lado del puente les intentó demandar. Ya sabes, si no tienes talento, que se carguen al resto.
– Mi carnicero regala bolsas con restos de carne a los dueños de perros.
– Existe un taller que deja sugus sueltos por el coche de sus clientes.
Y en esta peluquería te dan un masaje en la almendra que te deja el pelo de la nuca de punta durante un par de días.
Me gustaría dibujar una fotografía en tu mente con lo que se siente, pero eso me obligaría a usar palabras que harían que este email cayera en spam.
Digamos que es la primera vez que he salido de una peluquería con las ganas de que me crezca el pelo.
Eso es una guinda.
Mira, en serio, atiende. Tienes que tener una guinda.
Que tu cliente salga por la puerta con ganas de tener el problema de nuevo.
Ese el ángulo psicológico desde el que tienes que diseñar tu guinda.
La guinda puede estar al principio. En forma de carta personalizada, por ejemplo.
O al final. Como los sugus o los caremlos.
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