Hay algo que echo en falta de no trabajar por cuenta ajena.
No me refiero a despertarme con el sonido de la alarma.
Ni a cambiar un desayuno con huevos fritos por una magdalena a presión en la traquea para ganar cinco minutos de sueño.
Ni a trabajar con gente que todavía no ha estrenado el retrete de su casa.
Ni a la comida de tupper o las dos horas de restaurante.
Tampoco a los portátiles con Windows y las pantallas de baja resolución.
Ni al síndrome del domingo por la tarde.
Nada de eso. Lo que me preocupa son las innovaciones lingüísticas que me pierdo y que podría estar ridiculizando ahora mismo.
Por ejemplo, a las ventas ahora se les llama negocio.
De esta me he enterado porque cada día alguien me escribe pidiendo disculpas por apuntarse al newsletter pese a no trabajar en ventas. Solo que ya nadie lo llama ventas.
«Perdona por apuntarme aunque no trabaje en negocio.»
Bien, bueno, atiende, porque vamos a hablar de un negocio en el que todo el mundo trabaja.
El negocio de la vida.
No sé a cuántos grados de separación estás de conseguir negocio de tu vida. Hablo del verdadero negocio de tu vida. Del que te permitirá no tener que aguantar la cara de un tipo que evacúa a deshora.
Se dice que no más de 6 intermediarios te separan de cualquier otra persona del planeta o, visto de otra forma, de cualquier oportunidad.
¿Tú y un agricultor tailandés? 6 personas entre medias.
¿Tú y Elon Musk? Otras 6.
¿Tú y el negocio de tu vida? 6 personas. Como mucho.
Aunque da igual. 1, 6 o 600. ¿Qué más da eso si un becario a media jornada puede decidir tu futuro con tres sencillas frases?…
– ¿De dónde llamas?
– ¿De qué se trata?
– Envía un email a info@… y yo se lo hago llegar
La oportunidad de tu vida podría estar a 100 metros del lugar desde el que lees esto y no cambiaría nada. Quizás ni te enterarías.
1, 6 o 600. Todo igual.
Para quien sabe lo que hace, 600 obstáculos suponen la misma oposición que una china en el zapato. Para quien no, el mundo es del tamaño de una jaula de hámster.
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