El mundo está lleno de tribus y lo normal, si no te lo has planteado mucho, es que pertenezcas a una.
Y eso, en la mayoría de los casos, es un grave problema.
Las tribus condicionan tu forma de ver la vida en muchos ámbitos y hoy te voy a hablar del mmás me interesa.
Ya sabes, la panoja.
Vamos, la plata, la pasta, el parné. El dinerico.
Ayer oí a un tipo decirle a otro que iba a pasar un gran verano porque todavía le quedaba paro. Esa es una tribu.
El veinteañero al que le ofrecí trabajo pero me contestó que con la paga que le da el gobierno no necesita más pertenece a la misa.
Otra es la del tipo que me contó que para despistar a Hacienda lo primero es sacar un millón de euros del banco.
A una parecida, pero no igual, pertenece la clienta que me dijo que criar hijos no es para tanto. Que simplemente tienes que contratar a una chica que se vaya a vivir contigo por cada hijo que tengas.
Está la de los opositores que me comentaron que estarían dispuestos a conducir 3 horas al día si eso les garantizaba un puesto fijo.
Eso fue después de que criticaran a la chavala de treintaipocos que seguía viviendo de sus padres. Otra tribu.
Los usuarios de un conocido foro criticaban a un conocido copywriter. Algunos de los comentarios:
«Humoooooooo»
«No gana eso que dice ni de coña»
«No le conocía, pero soberbio es un rato.»
Ahí tienes otra tribu.
Lo peligroso de pertenecer a una tribu es que te hace ver a los que viven en otras como raros, extravagantes, excepcional e inigualablemente afortunados, mentirosos, fueras de serie inalcanzables, idiotas o íntimos del señor que imprime los billetes.
Y cuando pasa eso, cuando crees que los de las demás tribus son cualquiera de esas cosas, lo que ocurre es que por más que trabajes, por más que estudies o por más que lo intentes, tu cerebro te hace la zancadilla en secreto.
Tengo un newsletter. No te sacaré de ninguna tribu, pero muy probablemente te convenceré de que ahí fuera hay más abundancia esperándote de la que jamás podrías imaginar:
Y te cuento un secreto: no existe sentimiento más satisfactorio que hincharse a vender mientras otros conducen miles de kilómetros para llegar a su plaza de funcionario.