Joder, sí te gusta complicarte la vida.

Edu, un suscriptor, me escribió ayer pidiendo consejo para presentar una propuesta. Se trataba del rediseño de una web, pero esto aplica a cualquier cosa.

No había preguntado al cliente cuánto deseaba invertir. Lo sé porque quienes preguntan a sus clientes cuánto desean invertir no elaboran propuestas, sino contratos.

«En este caso no se podía, se trata de un rediseño, no de un proyecto desde cero».

Puto cerebro. Con tal de no arriesgarse es capaz de decir cualquier barbaridad. Seguro que tiene novio, así que me voy a quedar aquí quito, mirando sin decirle nada, no vaya a ser que me equivoque.

Venga va, da igual, si no sabes viajar al pasado tendrás que empezar diciendo algo. El precio, por ejemplo. Así, si no les encaja, no pierdes el tiempo.

«¿Cómo es eso? ¿Si no encaja no hago presentación?»

Pero chico, ¿cuál es tu problema? ¿amas el espectáculo o te va el sado?

«¿Y entonces me piro?»

Mejor preguntas cuáles eran sus expectativas. Y te callas.

«¿Y si no me las dicen?»

Entonces no has callado lo suficiente. Eso, o que estaban curioseando. Si es así, enhorabuena, acabas de ganar una hora de libertad.

«¿Y si me las dicen?»

Dices lo que puedes hacer por esa cuantía, sigues con un «¿qué tal?» y rematas con un silencio tan largo que haría cagarse encima a un sordomudo.

«¿Y como hago el PowerPoint?»

No sé, hace diez años que no hago una de esas abominaciones. Acuerdo precio y condiciones, le digo lo que le doy a cambio y si acepta, le envío un contrato.

Mucho menos glamuroso pero más lucrativo. Evasión de costes, le llamo. Directo al margen de beneficio.

«¿Y si me dicen que se lo tienen que pensar?»

Este post se está alargando.

Así que apúntate al newsletter, y deja de hacer propuestas, que aquí te digo qué tienes que hacer: