Me ha pasado algo excepcional, una de esas cosas que te enseñan a vender.
Uno de esos momentos que te permiten ver por dentro el cerebro del poderoso.
Y te lo voy a contar tal cual.
Tengo una empresa, se llama entradium, blablabla. Lo he contado mil veces, pero por si hay algún despistado.
Hace una semana nos enteramos de que una empresa internacional que se dedica a lo mismo quiere iniciar su actividad en España.
Íbamos contactarles para cotillear, pero no ha hecho falta. La responsable de España nos ha llamado para proponernos una reunión.
Eso es un jodido golpe de suerte, ahí no hay aprendizaje. El aprendizaje viene ahora.
Mi socio Fran, que es quien ha tenido esta conversación y que sabe que estas oportunidades o son en el momento o no son, ha tirado de la manta.
Lo ha hecho con la pregunta mágica.
Una potentísima pregunta que muchos vendedores olvidan:
«Bueno… ¿y qué tal?»
Y luego, silencio.
1, 3, 5 segundos…
Si hablas más no funciona.
Hablar, no. Callar.
«Bueno…»
Eso lo ha contestado la otra parte. La representante máxima para el sur de Europa. Una mandamás con sueldazo y responsabilidades.
Bueno…
Cualquiera con suficientes horas de vuelo –y mi socio las tiene– sabe que «Bueno…» es un agente químico que al mezclarse con más silencio, estalla.
Si te digo la verdad…
No sé muy bien qué estamos haciendo…
No sé si he tomado la decisión adecuada…
Tengo dudas, no entiendo bien el producto…
Ale, ahí lo tienes. Por si pensabas que los exitosos, decisores, mandamases…
- No la cagan
- No tienen inseguridades
- Ni el síndrome impostor
- O no son incompetentes
Lo son.
Tanto como tú o yo como yo.
Y no actuar acorde a esa realidad produce una fricción que hace que no gustes y que la venta no avance. Apúntate al newsletter y no dejes que eso te pase nunca: