Como seguramente sabes, me dedico a impartir formación de ventas. Uno de mis clientes más antiguos es una gran empresa con oficinas por todo el mundo. En cada oficina tienen un formador en ventas.
Estos formadores a veces son empleados, en otros casos, como el mío, son externos.
Hace unos años se pusieron en contacto conmigo, hablamos, les hice una propuesta y la aceptaron.
Imagina cómo de diferente hubiera sido el proceso si me hubiera inscrito en una oferta de trabajo con la intención de convertirme en su empleado.
En ese caso tendría que haber enviado un currículum y después habría cruzado los dedos para que les llamara suficiente la atención, tuvieran la paciencia de leerlo, les gustara y me contactaran de vuelta.
Si todo eso fuera bien, tocaría presentarme a una entrevista en la que me preguntarían cosas tan absurdas como que dónde me veo en cinco años y cuáles son mis tres mayores defectos. Al final, un entrevistador compararía sus sensaciones subjetivas con las que percibió entrevistando al resto de candidatos.
Sin embargo, como soy percibido como un proveedor, no ocurre nada de eso. A un proveedor no le puedes someter a esas evaluaciones porque te manda a la mierda.
Se entiende que ambos se necesitan mutuamente, así que un proveedor habla de tú a tú con su cliente (o debería, si pretende llegar a algún sitio), y desde luego, nadie anda pidiendo currículums.
Quizás estés pensando algo así como… «Sí, ya, pero el trabajo por cuenta propia no proporciona tanta seguridad como el trabajo como empleado.»
Bien, todo lo contrario.
Cuando trabajas por cuenta propia tus ingresos no dependen de una sola fuente. Tienes varios clientes y de ti depende conseguir más. Así, perder un cliente no te supone nada parecido a lo que supondría ser despedido y no es difícil acumular suficientes peticiones como para, incluso, llegar a rechazar oportunidades.
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