Me he regalado un capricho muy caro. O mejor dicho, creo que es caro, ni siquiera sabré su precio exacto hasta dentro de algún tiempo.
Se trata de algo que llevaba tiempo queriendo pero no me atrevía a permitirme.
Me preguntaba si algo así era para mí, si soy el tipo de persona que hace esas cosas. O si hacerlo era demasiado soberbio.
Te cuento de qué estoy hablando:
He dejado de aceptar compromisos.
Ni charlas, ni entrevistas, ni videollamadas. Nada de nada.
Mi objetivo es tener el calendario libre. Levantarme por la mañana y tener el día a mi disposición.
Y el siguiente. Y el otro. Y el de después.
No hablo de dejar de usar la agenda, hablo de dejar de usar el reloj.
Matizo.
Aceptaré unos pocos compromisos cada año. Uno o dos al mes, algunos meses. Cosas que me apetezcan y cuando me apetezcan.
Si esto sale bien ya tengo pensado mi siguiente capricho: el smartphone.
Es decir, dejarlo.
Lanzarlo al aire y golpearlo con un bate de béisbol antes de que toque el suelo.
En los próximos meses quizás todavía me sigas viendo aparecer aquí y allá.
Para que nadie se moleste: se trata de cosas hechas o compromisos adquiridos haces hace meses. Con esos voy a cumplir, claro está.
Como la entrevista que me hizo Gache Boccazzi. Una de las últimas que verás en un tiempo.
Quizás por eso conté alguna cosa que no había contado antes:
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