Cuando era pequeño el psicólogo del colegio me dijo que tenía un problema de intolerancia a la autoridad. Le contesté que no tenía ni puta idea de lo que estaba diciendo y me fui de allí.
Años más tarde, acabando la carrera, me di cuenta de que tenía que empezar a buscar un trabajo serio, así que hice una entrevista bastante mediocre y entré de prácticas en Vodafone.
La dinámica diaria era la siguiente:
- Conducía durante una hora.
- Buscaba aparcamiento durante media hora.
- Mi jefe me pedía que fuera más puntual.
- Yo le preguntaba si me podía dar una de las numerosas plazas de parking vacías que tenían.
- Él me decía que esas plazas están reservadas para gente que ya lleva muchos años chupando culos, como él.
- Traducía documentos en inglés que de otra forma mi jefe hubiera sido incapaz de descifrar.
- Mi jefe imprimía la traducción y, rotulador en mano, me ayudaba a convertirme en un mejor profesional. Cambios de tipografía, interlineado o decir «Holanda» en lugar de «Países Bajos» claramente me colocaban en el carril de aceleración hacia el éxito.
Un día, después de cuatro meses traduciendo documentos, un accidente en la autovía alargó mi viaje matutino más de una hora. Era julio, el termómetro marcaba 29 grados y el aire acondicionado de mi coche no funcionaba.
Cuando llegué a mi puesto de trabajo me encontré con un email en el que se nos informaba de que desde el día siguiente y hasta cierta fecha de septiembre podíamos ir a trabajar sin traje.
Como no creo que una empresa que no confía en mi capacidad para vestirme solo pueda llegar a encomendarme un trabajo mínimamente relevante, nada más acabar de leer el email, con las pelotas todavía sudadas, me levanté y le dije a mi jefe que abandonaba el barco.
Al llegar a casa publiqué un anuncio ofreciendo clases particulares en todas las web de clasificados que encontré. También imprimí un cartel y me recorrí los comercios de alrededor de mi casa pidiendo permiso para colgarlo.
Antes de que acabara la semana estaba dando clases.
Un trabajo aceptablemente remunerado y con un horario concentrado, lo que me permitiría montar una empresa.
No te confundas, no soy ningún valiente, sino un inconsciente.
Me la he jugado, he tenido suerte y tú puedes aprovecharte de ello.
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