La mala costumbre que nos impide triunfar

«La sencillez es una complejidad resuelta.»

—Francisco Umbral.

Cuando estaba vendiendo el curso de captación de suscriptores me escribió un chaval y me dijo: «Tengo algo que te molaría. Es para captar suscriptores.»

Ya está Maroto con la moto (pensé).

También me dijo: «Si quieres te lo cuento, por si le podéis sacar provecho.»

«Sí, pero… ¿cuántos suscriptores?», le pregunté.

«XXXX», me dijo.

«Joder», me dije yo a mí mismo, y también «Eso son muchos suscriptores.» Y a él le dije: «Pues lo mismo sí quedamos.» Y añadí: «¿1 hora?» Pero él me dijo: «Por lo menos dos.»

Hace unos días quedamos, lo grabé y envié el vídeo a los alumnos del curso.

Unas horas después del envío me escribió Chuso, un suscriptor, y me dijo: «Gracias a tu bonus, me has reventado la cabeza.»

El curso ya no se puede comprar, entonces, ¿te digo esto para fastidiar?

No.

Bueno, un poco sí, pero sobre todo, porque aunque no puedo contarte exactamente en qué consiste si puedo decirte que es jodidamente simple.

Tan jodidamente simple que cuando lo ves no puedes evitar pensar:

Joder, no me extraña que poca gente lo haga

Es la rentabilidad de la sencillez.

Primero, que cuesta verlo. Deshojar nuestras costumbres, nuestros hábitos, nuestros procesos y detectar cuál es la esencia detrás de lo que funciona.

Y segundo, que lo sencillo a mucha gente le hace sentir mal.

Les gusta castigarse por aquello que produce beneficio sin tener que sudar sangre. Tanto que todos, en algún momento, hemos dicho cosas tan estúpidas como:

  • Tan sencillo no puede ser
  • No tiene mérito
  • Cualquiera lo podría hacer

Atiende, una cosica.

Cuando el cuerpo te invite a despreciar lo sencillo y te empuje a innovar, a complicar, a enrevesar. Como si algo difícil u original tuviera más valor, recuerda que…

Entre la aparición de las matemátcias y la invención del cero —te hablo del maldito número cero, el número más indiscutiblemente simple de todos—, pasaron casi 4000 años.

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