Hay gente me pide favores. Demasiada gente, demasiados favores.
– Que les dé like
– Que les contrate
– Que invierta en su negocio
– Que les regale un curso
– Que les mencione en mis emails
– Que le cure la cojera a su primo
Hace un par de días, un suscriptor del newsletter que está intentando ganarse la vida con su marca personal me pidió que le diera difusión a un evento que había lanzado.
No le ayudé y no pienso hacerlo.
Tranquilo, deja de apretar el culo pensando cómo se tomará este mensaje…
…porque no lo leerá.
Lo sé por qué también me preguntó cómo me iba con la venta del curso de marca personal. Un curso que dejé de vender hace cinco meses.
Esto es así:
– Cuando empezamos nos quejamos de no tener contactos. Queremos un «padrino».
– Luego deseamos que el próximo cliente sea fácil y grande, un «pelotazo».
– Un golpe de suerte estaría bien, un «pellizco» en la lotería.
– O que nos llegue una oferta potente, un «enchufe».
Demasiados gastos, demasiadas responsabilidades, demasiados miedos, demasiadas inseguridades.
Es imposible salir de esto sin un truco, un secreto, un plan B, un as en la manga.
La culpa es de mis padres que no me hicieron creer en mí, o del sistema educativo, o de la religión. No, de los políticos, que nos han destrozado el país.
O de que somos demasiado gordos, demasiado bajos, demasiado tartamudos, demasiado de pueblo, hemos estudiado la carrera incorrecta, tenemos pánico a hablar en público, nos hacían bullying, nos huelen los pies, tenemos granos, somos del color incorrecto, del sexo incorrecto o nos gusta el sexo incorrecto.
Que gente con todas esas características triunfe cada día es lo de menos. Mejor no atender a razones a estas alturas.
Hasta nos hemos inventado la palabra «precariedad» para tener algo de lo que sentirnos intranquilos dentro la sociedad más protegida de la historia.
Y entonces miramos afuera, a ver quién nos ayuda.
A ver si engañamos a alguien para que haga por nosotros lo que nosotros mismos no estamos dispuestos a hacer.
Para qué copiar al que le va bien, si su caso es diferente.
Él es él.
Y seguro que tiene truco. Fijo que sus padres eran ricos.
Hay que ver, ¡qué seguridad en sí mismo! Seguro que ni conoce la diarrea.
Vigila, no sea que.
Detente, escucha, observa. Lo mismo hay algo por ahí.
Algo grande. Algo importante. Algo de valor.
Golpeándote la nariz.
Y lo estás rechazando. O retrasándolo. Privándote de todas las mejoras que eso te proporcionaría.
No sé… algo.
Tengo un curso. Un curso que quien lo hace dice cosas como estas:
ME VA A EXPLOTAR LA PUTA CABEZA
No he podido resistirme a mandarte otro correo, viendo tus vídeos aprendo que hay que poner el precio en la web (bueno vale te lo compro, pensaba que no pero me has dado en los piños), pero me ha explotado la cabeza con lo de que no hay que poner el portfolio.
Luis
Tio
Literalmente estoy diseñando la web para que sea un escaparate de las instalaciones que hacemos, al igual que quería hacer con las RRSS.
Pero es que lo que dices tiene más sentido de lo que yo creo así que.
¿Qué cojones pongo en mi web?
Eso me lo dijo Javier Monleón, co-fundador de iflur.com, de manera no solicitada.
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