Este post es de desahogo. Leerlo es de ser un morboso.

En un tiempo muy lejano, adultos aparentemente funcionales venían a mí y me contaban cómo iban a perder ingentes cantidades de dinero en una jugada.

Cuando tenía una empresa de diseño web mucha gente, gente que me quería contratar, me contaba sus ideas de negocio.

He visto ideas de todos tipos. Algunas millonarias (exactamente 4 en 10 años), otras que han tenido un muy decente porvenir (no muchas más), las malas y luego, la mayoría.

Discúlpame, pero ni siquiera me refiero a ideas terribles. Y, sin embargo, la idea no era lo peor del asunto.

La idea les perjudicaba, entiéndeme, pero eso se puede cambiar. Era la actitud lo que les condenama.

La autoconfianza heróica que les hacía contarte su idea con condescendencia, con paternalismo, con la forzada humildad de un millonario que se dirige a alguien que no llega a fin de mes.

Frases como:

Voy a facturar X el primer año
Miedo a morir de éxito
En cuanto me lleguen las ofertas de inversores…
Y la mejor: «Yo es que me parezco a Steve Jobs.» Una frase que he oido más veces de las que puedo recordar.

Pero nada de esto era su mayor crimen.

Su mayor crimen eran los colores. Y las tipografías.

No su elección, sino el hecho de que eran los únicos elementos del negocio que les preocupaban.

Imagina a una persona con pelo en la entrepierna pasarse horas delante de la pantalla seleccionado el tono de azul más adecuado para el menú de un sitio web.

O si mejor Times New Roman o Georgia.

Para unos días después decirte que se arrepentía mucho. Que por favor se la cambiaras de manera súper urgente. Y sin coste.

La Georgia por la Times New Roman.

Y sé lo que estás pensando, pero no hablo de gente joven, ni de gente sin experiencia, ni de gente con un padre millonario o a la que le había tocado la lotería.

¿Y crees que esta gente pasó la menor vergüenza? ¿Sonrojo tal vaz? No, y tampoco aprendizaje.

¿Por qué te cuento esto?

Porque lo que no puede ser es que gente así hoy se dedique a dar charlas para emprendedores y tú sientas el menor remordimiento o dolor cuando algo te sale mal.

Mucho menos que pongas en duda si tendrás la capacidad.

Atiende.

Si la lias, te equivocas, si te riñen u ofendes, si te sientes ridículo o si eres consciente de lo idiota que eras hace dos semanas, avanzas.

Y lo que es más, estás en mejor posición que decenas, cientos, miles de adultos que un día decidieron empezar un negocio.

Ni idea de por qué te cuento esto. Los mensajes motivacionales venden fatal, pero me apetecía.

Tengo un newsletter.

Sirve para emprender, para crear una nueva línea de negocio o para generar más leads de los que te dé tiempo a gestionar.

Sin colores, sin tipografías, sin flipadas ni elementos absurdos con los que pierden el tiempo los niños de parvulario.

Es el análisis de un caso de negocio, el mejor negocio que he conocido, en el que cada decisión que se ha tomado es para matar, para generar, para aportar sin despitarse ni un ápice: