Esta es la ropa adecuada para vender

En unos días voy a la playa. Mi vecina me preguntó si miraré el móvil. Casi me meo.

—«Y el portátil.»

—«Uf.»

—«No sufras, me gusta.»

—«Claro, cuando trabajas para ti es diferente…»

Oh…

Oh.

Oh, oh, oh.

Nonononono es eso.

Eso de dedícate a lo que te gusta y no tendrás que trabajar ni un día en tu vida no va conmigo, soy más de si quieres odiar tu hobby empieza a cobrar por él.

No lo disfruto por trabajar para mí, ni por ser mío. He trabajado para mí de siempre y durante años ha sido una tortura.

Disfruto porque vendo.

Cuando desde un teclado eres capaz de manejar los cables del tinglado de tal forma que cada día –cada día te digo– vendes, viajar con portátil es una bendición.

Te pone cachondo y todo.

El tin-tin-tin en el móvil cada vez que se vende algo. La bandeja de entrada llena de propuestas.

Eso es lo que pasa cuando sabes vender.

Que los clientes lija siguen desgastandose mientras los trocitos de hielo de la cerveza te acarician la faringe.

Y saber que a la vuelta no tienes que andar besando culos, ni pisando culos.

Y que que no cambiarás las chanclas por el zapato apretao cuando los niños vuelvan al cole.

Algunos dicen que esto es de ser un materialista egoísta turboliberal ley de la jungla. Pero lo que en realidad soy es un esteta.

Un amante de la belleza.

De los buenos procesos y de la producción de riqueza.

Por eso un día me enamoré de cierto modelo de negocio. Y lo destripé para copiarlo de arriba a abajo.

Te cuento todo lo que aprendí en este newsletter, por si me quieres acompañar en la playa: