El sentido del humor es malo para vender

Te contaré algo que me parece muy triste. Una tristeza de que la gente no es consciente, lo que la hace más triste.

Lo ilustraré con un ejemplo.

Nothing to envy es un libro que cuenta historias de gente que ha escapado de Corea del Norte.

Una de esas historias es la de un marinero que se desorientó y llegó a un punto en el que pudo sintonizar una emisora de radio de Corea del Sur.

Antes de apagarla le dio tiempo a escuchar un chiste en el que dos vecinos discutían por una plaza de aparcamiento.

El tipo se río. La idea de que existieran tantos coches como para llegar a discuitir por el aparcamiento le resultó muy cómica.

Hace unos días, entre cervezas, y tras una serie de preguntas que no vienen al caso, conté que paseo a mi perro unas dos horas al día.

Caras raras. Me preguntaron que cómo va a ser eso.

Les dije que porque no tenía otra cosa mejor que hacer.

Todos se descojonaron.

Me volvieron a preguntar, volí a contestar, se volvieron a descojonar.

Al marinero norcoreano aquel chiste se le quedó rebotando en la cabeza.

Al cabo de dos días llegó a la conclusión de que la gracia del chiste no estaba en la cantidad de coches.

Sin embargo, los que se descojonaron de mi respuesta y la mayoría de los vendedores y empresarios del mundo pasarán la vida pensando que vender grandes cantidades sin sufrir torturas es un chiste.

Para descojonarse incluso.

Y eso es lo que lo hace tan triste.

Te diré algo.

Me puedes creer, te puedes reír o me puedes insultar. Puedes darte de baja, pensar que exagero, que yo soy yo y mi caso es mi caso, que tú no puedes, no tienes o que tu caso es diferente.

La mayoría de gente piensa que es imposible lo que es posible.

Yo mismo pensaba así en el pasado.

Pero hoy sé que es posible vender grandes cantidades sin sufrir, sin arrastrarse, sin servilismos, sin peloteos ni complaciencias, sin broncas ni apuros, trabajando para otro o para uno mismo y que para ello existe un método replicable y que produce resultados predecibles.

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