En una entrevista le preguntaron a un traductor que qué hacía cuando se encontraba con una palabra que no existe en el idioma al que está traduciendo.
Antes de contestar se lo pensó. Luego suspiró y se rió.
Cuando encuentro una palabra que no tiene traducción lo primero que hago es quitarme los zapatos.
No sé qué hacías tú con 15 o 16 años. Yo leía libros de empresa.
Soy consciente del irresistible atractivo que eso me confiere. Tendrás que aprender a convivir con ello.
Admiraba y envidiaba a empresarios, inventores y directivos existosos de la historia.
Con 24 monté una empresa, y aunque creo recordar que al principio lo disfrute, me frustró durante mucho tiempo.
Me llevó casi diez años darme cuenta de que no me gustaba ser empresario.
Lo que me gustaba era la libertad; y tener un equipo, una oficina y depender de un puñado de clientes no me la daba.
Lo que quería era ganar bien sin depender de terceros. Ni empleados, ni socios, ni proveedores, ni zapatos, ni tráfico, ni moqueta, ni menú del día.
Quería una vida en la que un email o una llamada inesperada no pudieran amargarme la tarde.
A mi ego le costó aceptar eso. Cuando lo hizo me di cuenta de que a esos empresarios de los que había leído de adolescente les admiraba, pero no les envidiaba.
A estas alturas he leído cientos de libros de negocios. Te los resumo:
Innova.
Encuentra tu valor diferencial.
Innova un poco más.
Haz cosas escalables.
Crea barreras de entrada.
Busca pasta.
Innovación disruptiva mejor.
Eso no tiene por qué ser así y el traductor lo sabe.
Mejor empieza respirando hondo, quitándote los zapatos y pensando cómo quieres que sea tu vida.
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