Voy a hablar de algo que impide ser feliz a mucha gente, la pobreza crónica.
La pobreza crónica no tiene que ver con tener o no tener dinero. Dificulta ganarlo, pero no es definitivo. Hay gente que lo tiene y la sufre, y lo contrario.
Es un mal hereditario. Ocurre por vivir en un entorno en el que ganar dinero es sucio. En los hogares en los que está presente se escuchan frases como:
- «Eso no se puede hacer»
- «Fulanito ha tenido suerte en la vida»
- «Tú no te vayas, que te echen»
Lo imposible y lo inalcanzable lo rodea todo, las normas se cumplen a rajatabla y el nivel de estudios es una medida del éxito.
El dinero no está ahí para que cualquier lo gane, al fin y al cabo «eso no se puede hacer.» Si convives con este mal acabarás pensando que alguien envía dinero por correo certificado a sus futuros dueños.
Las familias que sufren de pobreza crónica valoran mucho los contactos, pero no los suyos, los de los demás.
Que lo que se tiene tiene es porque se ha ganado es una idea que se desvanece entre los dedos de esta gente como un barra de mantequilla caliente.
Si te sales del camino recalcarán tu coraje —«Qué valiente» y «Yo no me habría atrevido»— pero no te equivoques, no es es un galardón, sino un recordatorio para que no lo repitas.
Las cosas se guardan en su caja original, el mando de la tele se plastifica y tienes pesadillas si arañas el coche.
Los bienes materiales se elevan a la categoría de dioses y quienes se los compran mejores o en mayor cantidad son idiotas materialistas insolidarios sin empatía que no saben gestionar su dinero.
Una raya en el BMW del vecino le enseñará lo que es bueno.
En un hogar con pobreza crónica pueden acabar convenciéndote de que la vida de funcionario es buena y que para ligar tienes que ser guapo.
Se demanda la ayuda del estado a la vez que se desprecia al rico, y si algo es caro, es una estafa.
Los pobres crónicos padecen una luxación en el cuello que les obliga a mirar para atrás. Por ejemplo, se sufre con amargura que la vida sea más fácil para quienes nacen en una familia con dinero.
Y hablan de los que realmente mandan.
Ya sabes, señores con monóculo que se reúnen entorno a una mesa de roble macizo en la última planta de un rascacielos de marfil y deciden quien muere, quien gobierna, quien pelea, quien triunfa y quien fracasa.
Ese es el entorno en el que se da la pobreza crónica.
Una vez dentro es difícil salir, pero hay formas, y están al alcance de cualquiera.
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