Las que dan lecciones de ética y moral, y las que no necesitan la supervisión de un adulto.
Las del lenguaje inclusivo, y las que contribuyen a la sociedad.
Las de las mayorías preocupadas por lo que les conviene a las minorías, y los que se ríen de las minorías, de las mayorías y de las empanadillas.
Las que hablan de spam y clickbait, y las que piensan por sí mismas.
Las de los «Por favor», los «Lo siento», los «Gracias por tu tiempo», los «¿Te pillo en buen momento?», y los que no viven con sus padres.
Las que dicen que hay que adaptarse a cada cliente, y las que se respetan.
Las que nunca dicen «no», y las que no mueren vírgenes.
Las que tienen una respuesta para cada duda, y las que dicen «No lo sé» sin necesidad de acompañarlo por un «Pero lo miro y te lo digo algo.»
Las que dicen el precio al final, y a las que no les da miedo el dinero.
Las que siguen, y las que dirigen.
Las que obedecen, y las que lideran.
Las complacientes, y las que cierran tratos.
Las que envían propuestas, y las que envían contratos.
Las que hacen amigos, y las que hacen clientes.
Las del “Underpromise, overdeliver“, y las que se valoran a sí mismos.
Las que dicen «Eso a mi cliente le ofendería», y las que no tienen complejo de inferioridad.
Y todo esto se resume en una sola diferencia.
Las que se ofenden, y las que venden.
Las que cuando se cruzan con un mensaje que no les gusta, no les conviene o les lleva la contraria, se escandalizan; y las que saben que encontrarse con un mensaje que te agita es lo más parecido a encontrar oro.
Porque el buen vendedor sabe que en lo que a otros ofende se encuentra el combustible de la venta, la materia prima con la que se hace el dinero.
El buen vendedor, cuando se cruza con algo así, se detiene, cierra los ojos y desempaqueta:
– Identifica el sentimiento
– Detecta el principio activo que lo ha provocado
– Y piensa cómo usarlo a su favor
Lo aplica cuando algo le gusta, y también cuando le disgusta. Cuando le enamora, cuando le produce naúseas y cuando le excita. También cuando le hace reír y cuando le hace llorar.
Hay un momento en la vida a partir del cual un conjunto de caracteres o de fonémas no debería poder ofenderte.
Ese momento es, exactamente, cuando cumples 15 años.
Si tienes más de 15 años y algo de este mensaje te ha ofendido, desconozco si tiene cura.
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