Arrestan a familia por vender vino caro.
Quizás has visto esa noticia recientemente. El titular es clickbait, pero menos de lo que creerías.
Una familia lleva años embotellando un vino cualquiera y etiquetándolo como denominación de origen, con premios, años…
Todo mentira. Patraña.
Una estafa de 15 millones de botellas.
15 millones, chaval. Poca broma.
La tele se ha llenado de expertos que dicen que claro, que tienes que fijarte en los aromas para que no te la cuelen.
Los aromas, joder, no seas pardillo, eso es de primero de somelier.
Total, que sí, pero ¿sabes por qué les pillaron?
¿Algún cliente insatisfecho? Nope.
¿Algún supermercado? Nada reseñable.
¿Una asociación de consumidores? Venga, no me hagas reír.
Crecían demasiado rápido. Eso es lo que inició las sospechas.
Te lo traduzco:
Durante años nadie había notado que un vino de 20 € sabía como uno de 3. Los expertos tampoco.
«Pero claro» –te dirás– «el vino es difícl de valorar.»
- «Es ambiguo…»
- «Hay que ser experto…»
- «Hay mucho hype en cuanto a cuáles son las características buenas en un vino…»
Tienes razón.
Con las personas, sin embargo, eso no ocurre.
Las personas son valoradas por su valía objetiva, medible y cuantificable y cada persona desempeña el trabajo para el que es más competente y percibe por su trabajo una remuneración perfectamente equivalente a eso.
De toda la vida.
Tengo un newsletter que te hará reírte de las tarifas de los crianzas y de las etiquetas de los denominaciones de origen.
Porque lo único de lo que no se dio cuenta esta familia es nada de eso importa un carajo. Te apuntas aquí: