Historia de cuando era barato

En un pasado lejano, cuando era barato, un cliente me contrató porque le gustaron los textos de mi web y quería algo parecido.

No recuerdo lo que le escribí ni cuánto le cobré, pero seguro que era la leche y muy barato porque lo rechazó diciendo que sus clientes se ofenderían si leyeran eso.

Ahora que soy caro ya nadie me paga para, acto seguido, decirme cómo hacer mi trabajo. Pero no pasa nada, de esa labor ahora se encargan los que no me contratan.

Me dicen que tenga cuidadito. Que mejor no hable de funcionarios ni de comunistas.

Y que no critique los impuestos.

Que lo de enviar un email diario lo mismo es demasiado y que no use palabrotas.

Ellos no se han ofendido, ojo, me lo dicen por mi bien. Y cuanto mejor me va, más consultores estratégicos gratuitos acuden a salvarme.

Mira ahí.

Al frente, al horizonte.

Fija tu mirada y señala el lugar donde crees que está la frontera.

Me refiero a la frontera de la ofensa. El lugar más lejano al que tienes permitido viajar sin destruir tu marca.

¿Lo ves? ¿Lo tienes identificado?

Calcula la distancia.

¿A cuánto crees que está? ¿un kilómetro? ¿diez? ¿cien?

Ponte en marcha, camina hacia allí.

Pero te digo una cosa. Prepara mochila, víveres y unas cuantas mudas porque da igual la distancia que hayas estimado, esta mil veces más lejos.

Lo que pasa es que el ofendido profesional te ha confundido.

Te ha confundido porque ya está dentro. Son muchos, así que alguno se cuela. Y se queda acechando. Esperando su oportunidad para brillar. Y no puedes hacer nada.

Puesto a esa gente no le vas a vender igualmente, joder, haz algo legendario, no pases desapercibido. Vender con miedo a ofender es como vivir enganchado a una correa atada a un árbol, no te permite conocer el terreno.

Tengo un newsletter, y me da rabia decir esto, pero dos tipos de personas no le van a sacar partido.

Los que se ofenden y los que tienen miedo a ofender.

Al resto, se apuntan abajo: