Cuando el problema es hacer demasiadas cosas

Hay un motivo, no sé si el principal, pero desde luego un motivo importante, por el que la mayoría de empresarios y vendedores tienen que trabajar 8, 9 o 10 horas al día para vender lo justo.

Lo justo y menos de lo justo.

Lo sé porque he estado en ese lugar durante años y ahora, cuando echo un vistazo a mi alrededor, me veo reflejado en todos los sitios.

Hacen demasiado.

Demasiadas cosas.

Llaman, escriben, visitan, hablan, proponen, diseñan, componen…

Empiezan el día como un pollo sin cabeza y lo acaban como un mcnugget.

Presentan, conducen, cafetean, asisten, analizan, publican, comentan…

El otro día vi una entrevista a Gervasio Deferr en la que le preguntaban que por qué no estaba jodido.

Por si no sabes o recuerdes, Gervasio ganó medallas en gimnasia artística en dos olimpiadas. Este tipo fue el número uno durante años y había gente que madrugaba para verle competir. Gimnasia artísticia, te digo.

El caso es que el entrevistador le preguntaba que cómo estaba tan bien cuando otros deportistas de su edad andan bastante jodidos.

Su respuesta: «Porque entrenaba menos.»

—«¿Menos?»

—«Sí, menos. Menos que el resto.»

—«¡¿Por qué?!»

—«Porque mi cuerpo no necesitaba más ejercicio y mi cabeza sí más descanso.»

Esto es difícil.

No digo saberlo, ni decirlo y ni siquiera en hacerlo. Digo hacerlo bien.

Elegir, entre millones de opiciones, las correctas.

A mí solo se me ocurren tres formas:

  1. Ser un puto prodigio y tenerlo claro con 20 años. Ese es el método de Gervasio, Janis Joplin y Bill Gates. Cojonudo si estás ahí.
  2. Fuerza bruta. Pasarte 30 o 40 años de pollo sin cabeza a mcnugget. Si de vez en cuando paras para respirar lo mismo, un par de días antes de jubilarte, das con la clave.
  3. Fuerza bruta de otros. Copiar como un cabrón a los que ya están ahí.

Como carezco de talento y paciencia, mi método ha sido el último.

Leerlo todo y observar en su hábitat natural a los mejores vendedores que he conocido. Pegarme a ellos como lapa y probar por mi cuenta todo lo que hacían, sin juzgar si me gustaba o me aterrorizaba, hasta que a mí también me funcionaba.

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