En este post te voy a mostrar por qué, aun siendo un calvo puedes follar algo. O nada de nada.
Deja de mirar y atiende.
Antes de ayer cerramos la noche en un chiringuito perdido en la Costa del Sol.
Tanto la cerramos, que cerraron el chiringuito y nos dejaron allí tomando jarras de cerveza que nos habían sacado antes de cerrar.
¿Quién lo cerramos?
Pues entre otros, estaban José Ramón Díaz Serrano, Isra Bravo y yo.
Entonces, casi todos los tíos de la mesa tenían un pelo entre mediocre y aceptable en la cabeza y nulo en la pantorrilla, uno era calvo de cuerpo entero, y luego estaba yo, de pelazo en la cabeza y cantidad justa en el resto del cuerpo.
Entiéndeme, a un superviviente de Chernobyl esas cabelleras le parecerían nutrias.
El caso es que alguien se metió con la rodilla que Isra tiene por cabeza y él contesto que estábamos equivocados, que esa discapacidad le daba una ventaja competitiva porque hay dos cosas que todas las mujeres quieren probar: con alguien de color y con un calvo.
De color negro, por si te lo estabas preguntando.
Y que el hecho de que de 6 tíos 5 tengan pelo es una ventaja, por lo éxotico, para el que no sabe dónde acaba su cara.
Esa afirmación, que firmaría cualquier cabeza de rodilla, es peligrosa, porque sin mayor reflexión podrías llegar a creértela.
Y si acabas creyendo eso, el que ya ha olvidado hasta donde tiene que lavarse la cara, habría ganado.
Y también tus competidores, porque si llegas a creer que tener pelazo es una desventaja es probable que también creas que…
- …ser más caro que la competencia
- …o más pequeño
- …o que el cliente esté contento con lo que tiene
- …o que esté reunido
Es un problema para vender.
Y eso puede llevarte a hacer cosas muy raras, como ir al gimnasio o hacerte el láser en el pecho.
O pedir disculpas por molestar, decir «Gracias por tu tiempo», enviar presentaciones de empresa o propuestas, mostrar tus números, enseñar ejemplos de proyectos o enviar emails…
Y entonces sí, el calvo y tus competidores tendrían una ventaja descomunal porque habrías demostrado una terrible mentalidad de necesidad y de validación y una enorme vinculación con el resultado.
Por eso, en el curso de Gestión de objeciones digo que la mayoría de las objeciones no las crea el cliente sino el vendedor.
Y también enseño a detectarlas, a evitarlas y sobre todo –y quédate con esto– a convertirlas en ventajas.
Apúntate aquí y te lo cuento todo: