La guerra de las hamacas.
Es la noticia del verano. Gente que madruga para pillar primera linea de playa.
Ya sabes, para hacerse con un huequecito. Un sitio donde colocar la sombrilla.
Y la jaima.
Y tres neveras portátiles, el gazpacho, la cruzcampo y tuppers rebosantes de pechuga empanada.
Sería demasiado fácil decir que esta no es la guerra de las hamacas sino de la pobreza, pero me llamarían clasista, y la única clase en juego aquí es la clase entendida como estilo.
Un grave un problema sin duda.
Y es que luchar por la hamaca te impide crecer. No por la hamaca, sino por lo que implica.
Porque quien lucha por un hamaca también lucha por otras mierdas sin ningún valor.
Como por clientes con agujeros en los bolsillos. O por el que tiene el nombre más grande, ande o no ande.
Y por eso soy tan jodidamente tan pesado con la marca personal. Porque cuando entiendes lo que hace grande a una marca personal dejas de hacer muchas cosas, como pelear por una hamaca.
O 3 horas de cola para comprar una camiseta. O kilómetros para coprar tabaco más barato.
Porque te das cuenta de que eso destruye más valor del que ahorras.
Y como consecuencia, las cosas cambian.
Cada inversión en publicidad es más rentable.
Y los procesos de venta, más cortos. Y los de selección. Y los de apareamiento.
Cada deseo se consigue más rápido y más barato.
Eso es la marca personal, un multiplicador de todo lo que haces.