La vida no es como una caja de bombones, sino como una caja de Smints. La comparación no es tan bella, pero es más fiel. No sabes cuántos quedan dentro.
Es decir, todo tiene un número limitado de usos y no tienes ni idea de cuál es el último.
Imagina cuando eras pequeño y bajabas con tus amigos al parque, a jugar al fútbol o a lo que fuera.
Uno de esos días, al volver y que tu madre te riñera por romper las rodilleras, te bañaste y se acabó. Nunca más volviste a hacerlo.
Tú no lo sabías, pero era el último partido.
El último día de cine.
El último paseo en bici.
El último baño en la piscina.
Las últimas vacaciones con tus padres.
Y el último día de recreativo o que comías pipas con tus amigas mientras hablabas de chicos.
Vale para todo.
Cuando eras bebé tu madre te subía en sus brazos y cuando no podía más te bajaba.
Un día te bajó y nunca te volvió a levantar.
Mi hija tiene un año. Entiende poco, pero sabe un truco.
Cuando le digo que guiñe un ojo me mira muy seria, aprieta la boca y cierra los dos ojos con mucha fuerza, arrugando la nariz.
Al acabar sonríe orgullosa.
No sé cuántas veces quedan, así que no se lo pido mucho, para que no se gaste.
Como si eso fuera a evitar que un día descubra cuánto gusta y ya no quiera repetirlo.
Cada día aparecen oportunidades que pasan de largo. De algunas nos damos cuenta, de la mayoría no.
No pasa nada, ya llegará el día de mejorar. El día de aprovecharlas todas y a tope.
Te diré algo horrible. O maravilloso, depende de cómo lo mires.
Este, y no otro, es el momento de la vida en el que más oportunidades te quedan por delante.
Nunca te volverán a quedar tantas oportunidades por delante como te quedan hoy.
Y a más las exprimas, mejores serán las restantes. Y mejores. Y mejores.
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